Aunque no sean muchos, algunos
elementos en Desde el océano sí tienen —para bien o para mal— una base real;
como Vikingo, el perro de la señora Elisa; o el nombre de ésta última, que fue
su dueña cuando la conocí hace ya
demasiados años.
Lugares emblemáticos, como la librería
que describo en un capítulo, donde se halla una curiosa habitación de ofertas repletas
de libros viejos hasta la saciedad, también fue real. Y digo fue, porque ya no
existe, hace unos pocos años fue derribada. Sin embargo dos de mis lectoras,
que tuvieron ocasión de leer el borrador
de Desde el océano visitaron sin decírmelo
aquel lugar, un año antes de que desapareciera…
En un sugerente caos, entre el
polvo que acumulan los años, aquella singular estancia tenía una magia especial
para los amantes de los libros —y yo diría que incluso para aquellos que no
suelen leer—, por lo que mis dos compinches regresaron con un brillo especial
en los ojos hablándome de aquella librería, que ya habían visitado entre las páginas
de una novela, como si hubieran puesto los pies dentro del libro.
Cosas como esa te hacen amar lo
que escribes.
Andrés.
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