Sucede a
menudo que nada atractivo nos sucede. Nada lo suficientemente especial como
para iluminarnos en ese estado casi mágico que es escribir una novela.
Una historia o un relato. En realidad esta paradoja no es más
que una niebla, un vapor blanquecino que se va disipando conforme escalamos los
peldaños de pequeñas ideas. Podemos apoyarnos
en palabras concretas, en títulos y en noticias para iniciar
el viaje. Podemos agudizar el oído cotidiano e investigar a nuestro
alrededor; mirar con los ojos de un escritor que absorbe de su
entorno cientos de detalles, la mayoría de ellos desapercibidos para el resto
de los mortales: un hombre que camina de forma peculiar, el comentario de una
señora en el autobús, una persona con cierto acento o carisma —que
quizá pudiera convertirse en un personaje literario—, sucesos, sueños,
vivencias… Todo ello nos conducirá lentamente hacia las orillas de una
corriente, de una idea tosca e incipiente que tal vez en su desarrollo final no
se parezca demasiado a esos primeros esbozos que hicimos, cuando no teníamos
aún definido el rumbo.
Es
curioso, sin embargo, que la realidad pueda llegar a ser a veces —pocas— tan
irónica y rebuscada que nos ofrezca situaciones envueltas en
cierto surrealismo, o coincidencias tan sorprendentes, que para llevarlas
al papel nos veamos en la obligación de ser muy cautos y hábiles con el
objetivo de que no parezcan inverosímiles. Digamos que la vida
real puede permitirse ciertas licencias que la literatura no soporta. O,
mejor dicho, que los lectores no soportan.
Y es que el
olfato del lector no se deja engañar. Podemos relatar el más absurdo
de los disparates siempre y cuando no traicionemos el contrato entre escritor y
lector. Un contrato no escrito que acepta solo lo coherente dentro del contexto
y del ritmo de nuestra narración.
Hay cientos de
formas de contar lo mismo. En ello consiste el estilo y el éxito, en saber cómo
relatarlo, o mostrarlo a través de los personajes.
Pero volvamos a la formación de nuestra idea
troncal a partir de elementos recopilados. Debemos tener muy presente que el
momento clave en que surge la voz salada de las musas y donde por fin
adivinamos qué es lo que vamos a contar, es, precisamente, el instante en que
hay que comenzar a escribir prácticamente desde cero; de reescribir sin piedad
ahora que sabemos qué va a suceder. Bien documentados sobre el tema y con un
esquema ya definido será mucho más fácil avanzar con coherencia. Aun así la
inercia de la imaginación en marcha nos deparará sin duda numerosas y
suculentas sorpresas: nuevas ideas que jamás habríamos imaginado en un
principio.
Una vez
traspasada esa niebla el reto es mantener la atención del lector, suscitar
su curiosidad y omitir toda paja de relleno. Conseguir enganchar es
tarea difícil pero nunca imposible.
Andrés.
Comentarios
Publicar un comentario